Hoy he cumplido 61 años, que han empezado con un autorregalo: un paseo por el campo a primera hora de la mañana, solo. Mientras caminaba se me ha ocurrido dar las gracias a quién corresponda por haber nacido en este día, en el grueso del invierno y próximo a la navidad. Luego he releído la felicitación que me ha escrito mi hija y me he emocionado. Imagino que hay muchos casos como el mío, de felicitación de un hijo a su padre (o madre) exaltándote como el mejor padre del mundo a pesar de los defectos que sabes que acumulas y de los encontronazos que has tenido con ellos. Y también como muchos padres, pensaré que la de mi hija es una felicitación única y especial. Y lo es para mí. Me hecho acompañar en el paseo por la música de Madredeus, que tiene la virtud o el defecto de abrirme los sentimientos en canal, lo que supone un riesgo pues son ellos los que toman las riendas; y no conviene perder del todo la gobernanza. A esta edad uno toma conciencia de que todavía queda gasolina en el depósito y muchas cosas por hacer, pero también de que entramos en el último tramo, sea éste más o menos prolongado, pero el último tramo. Ello hace que me invada cierta sensación de urgencia por rematar los temas inacabados, y a la vez cierta displicencia de que tampoco me importa no acabarlos. Ideas éstas que gravitan cerca pero en las que no se suele reparar , y que al menos a mí, andando por el campo a solas con el frío, me permite limar asperezas conmigo mismo antes de que el tiempo las borre.
Como decía aquel : “ Si no fuera porque dormimos, la vida sería un solo día.,”
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