Me senté a su lado, dejé el periódico doblado a un lado y aparté la lámpara de la mesita para que el contraluz no me cegase. No lo sabía, pero lo presentía, toda la tarde estuvo ese aroma gravitando en la habitación, al lado nuestro aunque fingíamos ignorarlo. Cuando disimulábamos mirar el televisor, una lágrima saltó de pronto de sus ojos a sus labios. Apreté sus delgadas manos entres las mías, en ese momento supe que ella ya no estaba allí.