Recuerdo cuando era preadolescente, que los episodios más agobiantes de mi existencia entonces era el momento de entregarle a mi padre cada mes las notas del Instituto. Nunca he sido un buen estudiante y entonces aún menos.
Cada mes teníamos teatro en casa: que si no me las han dado todavía, que si las he perdido, que si me las he olvidado, incluso en alguna ocasión llegué a falsificar la firma de mi padre como recibidas y devueltas al Instituto. Hasta que un día y tras dos meses sin haber notas, se presentó en el Centro y se descubrió el pastel. En ese momento tuve el honor de pasar a ser uno de los primeros internos del SEK el Castillo para los tres siguientes años.
No sé si la opinión pública se comportará con la la Sra Cifuentes como lo hizo mi padre conmigo , primero confiando en mí, luego empezando a desconfiar, más tarde no confiando nada y finalmente desenmascarando mi patraña. Pero ahora lo importante no es si la Sra. Cifuentes cursó el Master más famoso jamás encontrado. Lo importante son las mentiras que se hayan podido verter en esta historia por unos y otros. Digamos que algo similar a lo que le pasó a Clinton, que al final no le acusaron por el trabajito que la becaria le hizo debajo de la mesa de su despacho, sino por mentir a la Comisión del Senado que investigaba los hechos: Perjurio. Y es que la mentira es una de las situaciones más perturbadoras para quién incurre en ella mientras debe mantener la apariencia. Y la que más desacredita: al que le pillan en una mentira tarda mucho tiempo en recuperar su crédito, si es que lo consigue. Si encima es político, se le puede dar por amortizado.
Vamos a ver cómo queda este serial, quién mintió, quién manipuló los documentos, quién falsificó las notas en definitiva….
¡ Ay si mi padre levantara la cabeza !