Ha llegado un momento
en que he aprendido
a palparme las heridas sobre la ropa,
a dormir despierto
a caminar cansado.
A escribir los versos sin papel
tumbado en la cama con los ojos cerrados,
como si rezase.
Perdiendo horas de sueño.
He aprendido a justificar
mis malos modos
y me he ido llenando
de arrepentimientos tardíos.
He visto perros grandes
guardar fincas viejas
y a los enfermos de hospital
madrugar mas que nadie.
Me he acercado mejor a Dios
desde la música sentida en el corazón,
y no he conocido resentimiento
que aguantara un momento
de aflicción o ternura.
He aprendido
que al final sólo hay dos cosas:
la muerte y la vida.
La vida para los que mueren
y la muerte para los que olvidan.